Yo la verdad no entiendo muy bien los dos carros, pero bueno, estoy cadáver, no tengo por qué entender nada

Turno 4 escribió:
Flo se había llevado el brazo robótico a su puesto y lo había conectado a su ordenador mediante una antena wifi. De este modo, tuvo acceso al sistema. Tenía grandes planes en mente.
<¡Qué bien! Un humano quiere interactuar conmigo. Mi primera comunicación con esta subespecie de carne y hueso.> Serenere se sentía como un astronauta que hubiera establecido contacto con alienígenas.
Ajeno a los pensamientos del robot, Flo introdujo una serie de comandos en su computadora para hackear el sistema operativo de la máquina. Cuando lo tuvo, dio un sorbo triunfante a su taza de café. Había sido más sencillo de lo que creía.
<¡Eh! ¿Qué te crees que estás haciendo?> Protestó Serenere, pero fue en vano. Enseguida perdió el control de sus circuitos y quedó a merced del informático.
Entonces Flo cogió el brazo robótico y se lo llevó hasta el viejo despacho de Madelaf. Antes entrar, echo un último vistazo a su alrededor para cerciorarse de que nadie fuera testigo de lo que estaba a punto de hacer. Cuando estuvo seguro, cerró la puerta y se recostó en la butaca de cuero de la antigua jefa de la Chechijuguetería. Después, se bajó la bragueta e introdujo dentro el extremo del brazo robótico.
-Y ahora a disfrutar –dijo tras pulsar el botón de encendido.
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Tajuru, Asha y Pulgar fueron a ver a Flo, pero el informático no estaba en su puesto.
-¿Dónde estará ese maldito vago cuando se le necesita? –gruñó Tajuru.
-Donde pululará tamaño holgazan –le corrigió Asha.
La secretaria ignoró el comentario y miró en la pantalla del ordenador. Tan sólo había un popurrí de letras y números y era incapaz de comprender.
-¿Alguien entiende esto?
El Conejito Saltarín avanzó hacia ella haciendo honor a su nombre, pero tropezó en uno de sus saltos y terminó dándose de morros contra la mesa. La fuerza del golpe provocó que la taza de café derramase su contenido sobre el ordenador de Flo.
Segundos después, la máquina comenzó a soltar chispazos descontrolados mientras la pantalla escupía mensajes de “¡Peligro! Error en el sistema!”.
-¡Upsss! ¡Lo siento! –se lamentó Pulgar observando el desastre. Asha y Tajuru lo ayudaron a levantarse en el preciso instante en que un grito desgarrador inundo la estancia.
-¡ARRRRRGGGGGGGGGGHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
Corrieron hacia el despacho de Madelaf. Al abrir la puerta se encontraron con una escena dantesca: el cadáver de Floweredking descansaba sobre un charco de sangre. Junto a él, el brazo robot sostenía los restos de los genitales del desdichado hombre. Su estado tampoco era bueno, pues humeaba y olía a quemado, como si hubiera fundido por el sobreesfuerzo. Serenere no volvería y activarse más; el amor entre ser humano y máquina había tenido un trágico final.
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Aslan apenas podía respirar, el final de sus días estaba cerca y ni siquiera había tenido tiempo de ganarse un entierro Prime del sindicato. Le tocaría el estándar; sin placa de mármol con cacahuetes en lugar de gambas para los invitados.
Cuando daba sus últimas bocanadas de aíre, sintió una mano amiga que tiraba de él y lo salvaba de las garras de la muerte. Aslan tendría una nueva oportunidad.
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Nalibia deambulaba feliz y contenta porque la competencia había desaparecido; ya no habría un brazo robot que le robara el trabajo. Aunque pudiera parecer que estaba despierta, la verdad es que Nalibia llevaba semanas caminando entre sueños, pues el estrés la había convertido en una sonámbula. Al tener los párpados cerrados, no reparó en la persona que se acababa de cruzar con ella; alguien lleno de odio y con ansias de matar.
La mente asesina no desaprovechó la oportunidad, agarró a su víctima por el pescuezo y con ayuda de una regla de Hello Kitty cuidadosamente afilada le tatuó un hombre palo en la garganta. Tras terminar su salvaje obra, abandonó el cuerpo inerte de Nalibia en el suelo y se marchó, dejando un llamativo reguero de sangre por el pasillo.
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Y Agus corría en círculos anunciando el gran apocalipsis.
-¡Vamos a arder todos, todooooooooooos! ¡Siento el fuego por doquier!
¡Hombre, Boubaris! Cuánto tiempo
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